Hoy 23 de junio se celebra el día mundial de los alertadores o como reconocemos por su anglicismo: whistleblower.
La denuncia de buena fe acerca de comportamientos inapropiados o ilícitos en una organización es una de las formas más efectivas para generar “valor agregado ético” a la misma y fortalecer su activo más preciado: su reputación.
Sabemos que la gestión completa de una denuncia, si bien se origina en la convicción de dicho denunciante, requiere de una serie de garantías que impidan las posibles represalias. Por ello la confidencialidad y calidad del canal de denuncia y las medidas de protección al denunciante son claves para la necesaria generación de confianza. También podemos analizar la conveniencia de incentivar la denuncia de buena fe mediante reconocimientos concretos (menciones especiales o pago específico).
Hasta aquí, enumeramos sólo los desafíos “estándares”, cuyo adecuado tratamiento estimula la producción de denuncias; pero no abordamos el verdadero bloqueo que afecta la incorporación de esta buena práctica: nuestra concepción cultural del denunciante como “buchón”.
En general, en el contexto latinoamericano hay quienes vinculan al denunciante honesto con una “mala práctica” identificándolo como un “delator”, “alcahuete”, “batidor”, “botón”, “ortiva”, “soplón”, etc.
Entonces, la región tiene ambos desafíos, por una parte, aquellos que denominamos estándares y por la otra, la urgente necesidad de trabajar en la transformación cultural que focalice en este cambio de perspectiva.
Gracias a la visión del ingeniero y sicólogo social Geert Hofstede que desarrolló el análisis de las seis dimensiones culturales en los países (www.hofstede-insights.com) podemos inferir cuales son los cambios educativos a introducir y los contenidos más apropiados para abordar capacitaciones y sensibilizaciones en las organizaciones.
A veces, nuestro apego a los endogrupos, que son de amplio espectro (mafias, maras, barras brava, etc.) imponen un erróneo concepto de lealtad que encubre deliberadamente a quien llevó a cabo una conducta inapropiada. Quien lo denuncia es visto como un opositor a este “valor” sustentado por el conjunto.
La visión de Geert Hofstede y el análisis del capital social relacional tratado por Robert Putnam, profesor de políticas públicas de la universidad de Harvard son de gran ayuda para trabajar sobre la causa raíz que nos aparta de los beneficios éticos que se logran gracias al “whistleblowing” en otras culturas.
Intentemos hacer del denunciante de buena fe un verdadero orgullo, no solo en lo corporativo o institucional, hagámoslo en el seno de la misma familia para que sus integrantes se desprendan de la concepción despectiva de “Buchón” o “delator”.
Hagamos que el día de hoy deje de ser una efeméride vacía y de mero cumplimiento informativo para encarnar las urgentes acciones que transformen nuestra cultura.
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