La pandemia que estamos atravesando da lugar a establecer un paralelismo con la guerra. En ambos contextos se despliegan la estrategia, la táctica y la logística para combatir al enemigo. En este caso, se trata de un adversario o flagelo invisible. 

El estratega Carl Von Clausewitz, militar prusiano nacido en 1870 y fallecido por cólera en 1931, define esta circunstancia de incertidumbre como “niebla de la guerra”. Con esta expresión intenta transmitir la circunstancia de confusión general y el devenir de las informaciones fragmentadas e imprecisas que contribuyen a la impredecibilidad de los sucesos futuros.

Los medios de comunicación actuales nos permiten seguir la guerra del COVID-19 de manera “on line” computando “bajas-fallecidos”, “heridos-infectados”, “derrotas-caos social” y así un sinfín de analogías nos llevan a explorar cuál es la reflexión del soldado-actor social que se encuentra en el epicentro de un conflicto que no eligió y desconoce.

Nuestro enfoque racional del problema basado en obtención de datos -presunción de diagnóstico para abordar una propuesta de solución- no alcanza. Ya no nos sirve este método. La “niebla de la guerra” envuelve el contexto, acotando la libertad individual y afectando derechos hasta ahora inalienables. Si nos posicionamos en una agenda de alto nivel, como la agenda 2030 de la ONU que propone los Objetivos de Desarrollo Sostenible y su consigna ecuménica de “no dejar a nadie atrás”, comprobamos el franco retroceso en objetivos claves, como lo son: “Fin de la Pobreza”, “Hambre Cero” y “Salud y Bienestar”. 

Ningún marco normativo ni observatorio social nos alertó acerca de la pandemia, no hubo un “pronóstico”, ni siquiera un indicio, sólo estaba presente en la ciencia ficción. Pero ese escenario de la ciencia ficción se hizo realidad y sobrevino repentinamente junto con el COVID-19, la expansión masiva de un “virus social” devastador identificado como inequidad.

La inequidad pre-pandemia era, en nuestro medio, prácticamente inherente a sectores bien definidos y fue siempre la contracara de la falta de igualdad de oportunidades en dos rubros claves: accesibilidad a la educación y al trabajo. 

Ahora, en el año 2020, con ironía podríamos decir que la inequidad se “viralizó”. Es transversal y aleatoria según el grado de “contacto social” que la actividad conlleve y el carácter de esencial o prescindible, según criterios que definen terceros. La inequidad la sobrellevan, incluso, quienes por ser “esenciales” están sobrecargados en sus tareas y conviven con la angustia propia de pertenecer a un grupo de mayor exposición al riesgo.

Con sencillez encontramos la conexión entre COVID e inequidad; pero ¿qué vínculo o aporte puede haber en relación al Compliance? 

El Compliance en esta hora, es a las organizaciones, como los cambios en el diseño arquitectónico lo son a la prevención del COVID-19. Es decir, es la mirada innovadora global que emerge sobre la tradicional visión jurídica.

El Compliance es multidimensional. Si bien asegura el cumplimiento legal, pone en un plano superior las Buenas Prácticas y el compromiso voluntario con la Calidad Total, que no solo aplica a los productos y servicios que se brindan, sino a la armonización entre las partes interesadas de la comunidad. 

Esta perspectiva holística, está en sintonía con lo ficcional, permite imaginar escenarios no pensados y por ello es decididamente inspiradora de aquellas estrategias capaces de abordar los desafíos del siglo XXI inmersos en la “niebla de la guerra” definida por Clausewitz. 

La función primordial del Compliance como mitigador de la corrupción, lo convierte en un  catalizador de la inequidad que no podemos despreciar. 

Este tiempo reclama actitudes extraordinarias; la implementación de Sistemas de Integridad en la gestión organizacional, sin dudas será una buena guía para atravesar la niebla.