Cuando se organiza y comprende al compliance como un sistema que engloba políticas, procesos y procedimientos que operan relacionalmente para regular el funcionamiento de una compañía, se puede ver que el Compliance supera en mucho al mero control normativo.

La clave está en fortalecer la cultura de integridad y la ética para que los cumplimientos se den de manera natural. La propuesta de valor va en línea con convertir la integridad en un activo tangible e implementar procesos ágiles, eficientes y transparentes que impactan, sin duda, en mayor productividad y mejora de la imagen reputacional.

El Compliance debe ser entendido, entonces, como un sistema de buenas prácticas reconocidas que penetran en todas las áreas de una organización para gestionar la gran diversidad de riesgos eventuales. Dirige especial atención a la programación de la prevención de lavado de dinero, corrupción, fraudes y conflictos de interés, protección de datos, rendición de cuentas, políticas y procedimientos propios de la empresa así como también en el aseguramiento de la mejora contínua, el cuidado del ambiente y el bienestar social. 

El Compliance cumple una función preventiva y atenúa eventuales responsabilidades penales de la persona jurídica. También fortalece la confianza de todas las partes involucradas y posibilita actuar con compromiso social. En este sentido, destaca la incidencia positiva que el Compliance otorga a la empresa, en su conjunto.